A mediados del siglo XIX los baúles, enormes cofres de madera, respondian las
necesidades de los viajeros, los nómadas de entonces; los viajes podían ser muy
largos, y estos cofres mantenían los numerosos cambios de ropa y utensilios en
buen estado; además, el espacio tanto en trenes como en barcos erta suficiente
para resguardarlos. Por otro lado como se cargaban de un lado a otro, tenian que
ser prácticos y a la vez ligeros.
El éxito fue inmediato, y pronto surgieron los imitadores. |